Los que hace años cerramos las puertas de la infancia también las abrimos una vez.
En nuestra retina permanece el recuerdo de un patio inmenso con una gruta y una fuente donde cada primavera se cazaban renacuajos que atrapábamos en tarros transparentes.
También el de una capilla luminosa en la que sonaban las guitarras traspasando las paredes de ladrillo y cristal.
Y cómo olvidar el recorrido de una escalera casi imposible, columna vertebral de un edificio de 75 años ya, el cimiento en el que muchas generaciones hemos construido nuestra historia personal.
El paso de los años ha dejado una pátina sepia sobre escenas que hoy nos parecen casi reales.
Todos los colegios tienen su identidad y dejan su huella, y siempre es distinta, genuina.
Nuestra Señora de la Consolación ha sabido conjugar la educación en valores con un espíritu de modernidad y juventud.
La frescura que proporciona el carácter misionero de la congregación que la sustenta, hay que ser agustino o agustina para entenderlo, hay que tener el código secreto.
Las nuevas tecnologías son hoy el instrumento que guía la actividad diaria de cualquier centro educativo. En buena medida han sustituido mucho trabajo y encuentros casi obligados.
Sin embargo, la fuerza de las ideas, de las creencias, de los valores, se sobreponen a las reglas comunes, a lo que llamamos «normalidad». Ser Agustina o Agustino es eso.
Detrás de nuestras vivencias, 75 años van cayendo como las hojas de un calendario, volanderas y únicas, aunque se parezcan, aunque muchas de ellas ni se recuerden porque forman parte del mismo todo, de la misma construcción que no estaría completa sin cada una de ellas.
Texto: Ana Garrido Redondo
Video: Pablo Emperador Velasco